Por las Rutas de San Pablo (3)
Siguiendo nuestro itinerario, os hablo de estas realidades que implica el cambio en nuestras vidas.
El cambio nunca se puede forzar, se produce si se le
hace espacio a la vida, alegre, serena, confiada y amable, imprevisible y
sorprendente, insegura y pasajera, solida y eterna, inútil y banal, sublime y
valiosa, monótona y vulgar, y si le hacemos sitio apaciblemente, sin empeños
heroicos, dado que la fuerza y la violencia paralizan, y si no tenemos
movimiento, ¿cómo podemos tener un cambio?
SI deseo cambiar, lo que tengo
que hacer es aceptar, y aquí nos encontramos una vez mas con la difícil tarea
de aceptar lo que no me gusta, es decir reconocerlo y darle su espacio.
A través de los sentidos es que
podemos establecer una nueva relación con la vida.
Ocurre que cuando empezamos a cambiar encontramos dentro de nosotros mismos unos
puntos de referencia y empezamos a descubrir cosas que no nos gustan, sentimientos, actitudes, defectos,
pensamientos, y es entonces cuando surgen los deseos imperiosos de cambio mezclado con el rechazo “ya que no
puedo permitirme ciertas cosas” y
entramos en un conflicto, puesto que nos creamos la obligación de responder a
la idea, que queremos que tengan los demás de nosotros mismos, y de esta manera
nos hacemos esclavos de nuestra propia imagen y nos violentamos
constantemente para responder en todo
momento a las exigencias que ello supone, impidiendo dar paso a sentimientos y
actitudes o respuestas que están dentro de nosotros mismos. Por eso para poder cambiar es impresindible
dar esa imagen y empezar a vivir como nosotros somos, aceptarnos con los
pensamientos y actitudes que tenemos de nosotros mis